¿Sábanas sucias?




Una pareja de recién casados se mudó para un barrio muy tranquilo. En la primera mañana en la casa, mientras tomaba café, la mujer reparó a través de la ventana que una vecina colgaba sábanas en el tendal.
 - ¡Qué sábanas sucias está colgando en el tendal! Está precisando de un jabón nuevo... ¡Si yo tuviese confianza le preguntaría si ella quiere que yo le enseñe a lavar las ropas!-

El marido miró y quedó callado.

Algunos días después, nuevamente, durante el desayuno, la vecina colgaba sábanas en el tendal y la mujer comentó con el marido:

- ¡Nuestra vecina continúa colgando las sábanas sucias! ¡Si yo tuviese intimidad le preguntaría si ella quiere que yo le enseñe a lavar ropas!

Y así, cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, mientras la vecina colgaba sus ropas en el tendal.

Había pasado un mes, la mujer se sorprendió al ver las sábanas siendo tendidas, y entusiasmada fue a decir al marido.

-¡Mira, ella aprendió a lavar las ropas! ¿Será que la otra vecina le enseñó...? Porque yo no hice nada…


El marido serenamente respondió:

-¡No, hoy yo me levanté más temprano y lavé los vidrios de nuestra ventana!



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Riqueza




Un día como cualquiera, un padre de una familia adinerada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que su hijo viera cuán pobre era la gente que vive en el campo.
Estuvieron pasando todo el día y la noche en una granja de una familia campesina muy humilde.
Al concluir el viaje, ya de regreso a casa, el padre le pregun­ta a su hijo:
- ¿Qué te pareció el viaje?
- Muy bonito, papá
- ¿Viste lo pobre que puede ser la gente?
- Sí
- ¿Y qué aprendiste?
- Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cinco. Nosotros tenemos una piscina larga hasta a la mi­tad del jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. Nuestro patio llega hasta la muralla de la casa, el de ellos tiene todo un horizonte. Ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia, tú y mi mamá tienen que trabajar todo el día y casi nunca los veo.
Al terminar el relato, el padre se quedó mudo, y su hijo agregó:

-¡Gracias papá, por enseñarme lo ricos que podemos lle­gar a ser!


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Sobre tus hombros...





Dos monjes estaban peregrinando de un monasterio a otro y durante el camino debían atravesar una vasta región formada por colinas y bosques.

Un día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos sollozos que procedían de detrás de un arbusto. 

Al indagar comprobaron que se trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que, a causa de la riada, no podía vadear el torrente sin estropear su vestido de boda y al día siguiente tenía que estar en el pueblo para los preparativos. Si no llegaba a tiempo, las familias, incluso su prometido, se enfadarían mucho con ella.

El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la llevó al otro lado de la orilla. La dejó ahí, la saludó deseándole suerte y cada uno siguió su camino.

Al cabo de un rato el otro monje comenzó a criticar a su compañero por esa actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer, infringiendo así uno de sus votos. Pese a que el monje acusado no se enredaba en discusiones y ni siquiera intentaba defenderse de las críticas, éstas prosiguieron hasta que los dos llegaron al monasterio. Nada más ser llevados ante el Abad, el segundo monje se apresuró a relatar al superior lo que había pasado en el río y así acusar vehementemente a su compañero de viaje.

Tras haber escuchado los hechos, el Abad sentenció: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, ¿tú, aún la llevas contigo?".



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Por amor






Un hombre de cierta edad fue a una clínica para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras se curaba, el médico le preguntó qué era eso tan urgente que tenía que hacer. 

El anciano le dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer, que vivía allí. Llevaba algún tiempo en ese lugar y tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras le acababa de vendar la herida, el doctor le preguntó si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana. 

—No —respondió—. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.

—Entonces —preguntó el médico—, si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? 

El anciano sonrió y dijo:

—Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.



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Los tres filtros





En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos, un día, un conocido se encontró con Sócrates y le dijo:


- ¿Sabes lo que he oído sobre tu amigo?

Sócrates le replicó: 

- Antes de que me cuentes nada me gustaría que pasaras una pequeña prueba: la llamo la prueba del triple filtro. Antes de que me hables sobre mi amigo, me gustaría filtrar tres veces lo que vas a decir. El primer filtro es LA VERDAD. ¿Estás absolutamente seguro de que lo me vas a contar es cierto?

- No, pero la persona que me lo ha contado…

- Bien- dijo Sócrates. - Por lo tanto no estás seguro de si es cierto o no. Apliquemos ahora el segundo filtro: LA BONDAD. ¿Lo que me vas a contar sobre mi amigo es bueno?

- No. Es más, se trata de algo que…

- Entonces quieres contarme algo malo sobre mi amigo pero no estás seguro de que sea cierto. El tercer filtro es LA UTILIDAD. ¿Me servirá de algo lo que vas a contarme sobre mi amigo?

- No. La verdad es que no.

- Entonces- concluyó Sócrates- si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno, e incluso no es útil, ¿para qué querría saberlo?



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Con "alma misionera"...



Les dejo una nueva serie de fotos que testimonian en esta oportunidad mi paso por las misiones en Tres Isletas, Provincia del Chaco, Argentina. Bajo el lema "Que todos seamos uno", nacía en 1990 el Grupo Misionero del Colegio Jesús María (Córdoba). Hoy, ya a veinte años de su nacimiento, el deseo de ser UNO con Cristo y nuestros hermanos sigue vivo y creciendo en las nuevas generaciones de misioneros. Cuán bueno es Dios!






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Noche de presentación... "De cántaros y cantares"


En imágenes les comparto los momentos más significativos de la noche de presentación de mi disco. Una  noche muy especial...  esperada, temida, imaginada, preparada, compartida... Gracias a todos los que hicieron de ella una noche para recordar!

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¡Sacúdete y sube!




Se cuenta de cierto campesino que tenía una mula ya vieja. En un lamentable descuido, la mula cayó en un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y corrió para ver lo que ocurría. Le dio pena ver a su fiel servidora en esa condición, pero después de analizar cuidadosamente la situación, creyó que no había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sepultarla en el mismo pozo.

El campesino llamó a sus vecinos y les contó lo que estaba ocurriendo y los enlistó para que lo ayudaran a enterrar la mula en el pozo para que no continuara sufriendo. 

Al principio, la mula se puso histérica. Pero a medida que el campesino y sus vecinos continuaban paleando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su mente. A la mula se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre sus lomos... ¡ELLA DEBÍA SACUDIRSE Y SUBIR SOBRE LA TIERRA!

Esto hizo la mula palazo tras palazo. “¡SACÚDETE Y SUBE. Sacúdete y sube, sacúdete y sube!” repetía la mula para alentarse a sí misma. No importaba cuán dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, o lo tormentoso de la situación, la mula luchó contra el pánico, y continuó SACUDIÉNDOSE Y SUBIENDO. A cada palada de tierra que le caía encima se liberaba haciéndola escurrir de su lomo,y rápidamente se subía sobre el montículo de tierra que se formaba debajo de ella.

Los hombres, sorprendidos, captaron la estrategia de la mula, y eso los alentó a continuar paleando. Poco a poco se pudo llegar hasta el punto en que la mula cansada y abatida pudo salir de un brinco de las paredes de aquel pozo. La tierra que parecía que la enterraría, se convirtió en su bendición, todo por la manera en la que ella enfrentó la adversidad.

Así es la vida... Si enfrentamos nuestros problemas y respondemos positivamente, y rehusamos dar lugar al pánico, a la amargura, y las lamentaciones de nuestra baja autoestima, las adversidades, que vienen a nuestra vida a tratar de enterrarnos, nos darán el potencial para poder salir beneficiados y bendecidos.


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El verdadero valor del anillo




En el antiguo y lejano oriente, un hombre fue en busca del sabio del pueblo.


-Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe, bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?

El maestro sin mirarlo le dijo:

-Cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... – y haciendo una larga pausa agregó- si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E...encantado, maestro –titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien – asintió el maestro. Se quitó el anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó – toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. 

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y solo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que pasaba por el mercado – más de cien personas – y abatido por su fracaso, montó su caballo y regreso.

Cuanto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.

- Maestro – dijo – lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

- Qué importante lo que dijiste, joven amigo – contestó sonriente el maestro – debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego dijo:
- Dile al maestro muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más de 58 monedas de oro por su anillo.

- ¡¿¿58 monedas??! – exclamó el joven.

-sí – replicó el joyero – yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate – dijo el maestro después de escucharlo - . Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única. Y como tal, solo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

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La carreta vacía





Cierto día, paseaban por el bosque un padre con su hijo. El padre se detuvo en una curva y le preguntó al niño:


- Hijo mío, ¿qué oyes?

- Oigo a los pájaros cantar en los árboles -respondió el niño.

- ¿Escuchas algo más?

El hijo aguzó el oído y contestó un instante después:

- Oigo también el ruido de una carreta.

- Efectivamente -dijo el padre-. Es una carreta vacía.

- ¿Cómo sabes que está vacía, si sólo oyes el ruido? -preguntó el niño.

- Es muy fácil saberlo: cuanto más vacía está la carreta, mayor es el ruido que hace.

Ese niño creció y se convirtió en adulto, y hasta hoy, cuando ve a una persona hablando demasiado, interrumpiendo inoportunamente a los demás, presumiendo, siendo prepotente... le parece de nuevo oír la voz de su padre: «Cuanto más vacía está la carreta, mayor es el ruido que hace».



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La telaraña



Una vez un hombre era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre entró en una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores a las que él ocupaba. Estaba desesperado y elevó una plegaria a Dios, de la siguiente manera:

-Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme.

En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que él se encontraba y vio que apareció una arañita, que comenzó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez más angustiado:

-Señor, te pedí ángeles, no una araña. Dios mío, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme.

Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observó a la arañita que seguía tejiendo una telaraña. Estaban ya los malhechores entrando en la cueva anterior a donde se encontraba el hombre y éste quedó esperando su muerte.

Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva donde se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada con su telaraña, y se escuchó:

-Sigamos... no entremos en esta cueva. ¿No ves que hasta hay telarañas, que nadie ha entrado recientemente en esta cueva? Sigamos buscando en las demás. 


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