El saco de carbón






Un día, Tomás entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto. 

Su padre,  lo llamó. Tomás lo siguió, diciendo en forma irritada: 

- Papá, ¡Te juro que tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas de matarlo! 

Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: 

- Imagínate que el estúpido de Pedrito me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso! Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela. 

El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso: 

- ¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó. 

El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como el tendedero estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa. 

Cuando, el padre regresó y le preguntó: 

- Hijo ¿Qué tal te sientes? 

- Cansado pero alegre. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. 

El padre tomó al niño de la mano y le dijo: 

- Ven conmigo quiero mostrarte algo. 

Lo colocó frente a un espejo que le permitía ver todo su cuerpo.... ¡Qué susto! Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo: 

- Hijo, como pudiste observar, la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queremos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos. 


Ten mucho cuidado con tus pensamientos
 porque ellos se transforman en palabras. 

Ten mucho cuidado con tus palabras
 porque ellas se transforman en acciones. 

Ten mucho cuidado con tus acciones 
porque ellas se transforman en hábitos. 

Ten mucho cuidado con tus hábitos 
porque ellos moldean tu carácter. 

Y ten mucho cuidado con tu carácter 
porque de él dependerá tu destino.



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El eco de la vida






Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De pronto el hijo se cae, se lastima y grita: "Ahhhh!!". Para su sorpresa, oye una voz repitiendo en algún lugar de la montaña: "Ahhhh!"

Con curiosidad el niño grita: "¿Quién está ahí?"   Y escucha: " ¿Quién está ahí? ".

Enojado con la respuesta, el niño grita: "¡Cobarde!".  Y recibe de respuesta: "¡Cobarde".

El niño mira a su padre y le pregunta:

- ¿Qué sucede?

El padre le contesta: 

- Presta atención hijo. Grita: "¡Te admiro!".

Y la voz responde: "¡Te admiro!"

- "¡Eres un campeón!"
"¡Eres un campeón!"

Y el padre le explica: 

- La gente lo llama "eco", pero en realidad es, la VIDA... que te devuelve todo lo que haces...  Nuestra vida es simplemente un reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor. Si deseas felicidad, da felicidad a los que te rodean. Si quieres una sonrisa en el alma, dirige una sonrisa al alma de los que conoces. 

Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida. La vida te dará de regreso... exactamente aquello que tú le has dado. Tu vida, no es una coincidencia, es un reflejo de ti.

Alguien dijo: "Si no te gusta lo que recibes de vuelta, revisa muy bien lo que estás dando".



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Manos abiertas





Un día un chico de trece años paseaba por la playa con su madre. Hubo un momento en que la miró con insistencia y le preguntó:

- Mamá, ¿qué puedo hacer para conservar un amigo que he tenido mucha suerte de encontrar?

La madre pensó unos momentos, se inclinó y recogió arena con sus dos manos. Con las dos palmas abiertas hacia arriba, apretó una de ellas con fuerza. La arena se escapó entre los dedos. Y cuanto más apretaba el puño, más arena se escapaba. En cambio, la otra mano permanecía bien abierta: allí se quedó intacta la arena que había recogido.

El chico observó maravillado el ejemplo de la madre entendiendo que, sólo con abertura y libertad, se puede mantener una amistad, y que el hecho de intentar retenerla o encerrarla, significaba perderla.


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Granadas para curar




Un estudiante fue con un maestro para aprender el arte de curar. Vieron venir a un paciente y el maestro dijo: 

-Este hombre necesita granadas para curar. 

El estudiante recibió al paciente y le dijo: 

-Tiene usted que tomar granadas, es todo lo que necesita. 

El hombre se fue protestando y probablemente no consideró en serio el consejo. El estudiante corrió a su maestro y preguntó qué es lo que había fallado. El maestro no dijo nada y esperó a que de nuevo se dieran las circunstancias. 

Pasó un tiempo y el maestro dijo de otro paciente: 

-Ese hombre necesita granadas para curar, pero esta vez seré yo quién actúe. 

Le recibió y se sentaron, hablaron de su familia, de su trabajo, de su situación, dificultades e ilusiones. El maestro con aire pensativo dijo como para sí mismo: 

-Necesitarías algún fruto de cáscara dura, anaranjada, y que en su interior contenga granos jugosos de color granate. 

El paciente interrumpió exclamando: 

-¡Granadas!, ¿y eso es lo que podría mejorarme?

El paciente curó y el estudiante tuvo una ocasión más para aprender. El remedio es la mitad de la cura, la otra mitad es la respuesta de aquel a quien se cura. 

Cuentos sufíes



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Luz para el camino




La ciudad era muy oscura en las noches sin luna .En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice:

- ¿Qué haces Guno, con una lámpara en la mano? Si tú no ves… 


- No sólo es importante la luz que me sirve a mí mismo, también la que yo uso para que otros puedan servirse de ella.  Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí… 

Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite. Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil. Muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás a través del desaliento, la crítica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento…


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¿Culpable o inocente?






Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media, un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.

En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino y por eso, desde el primer momento buscaron a un "chivo expiatorio" para encubrir al verdadero culpable.

El hombre fue llevado a juicio, ya conociendo que tendría escasas o ninguna oportunidad de escapar al terrible veredicto: ¡LA HORCA!

El Juez, también cómplice, cuidó de dar todo el aspecto de un juicio justo y por esta razón le dijo al acusado:

"Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino. Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente. Tu escogerás uno de ellos y será la mano de Dios la que decida tu destino"

Por supuesto, el funcionario corrupto había preparado dos papeles con la misma leyenda: "CULPABLE" y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se dio cuenta que el sistema propuesto era una trampa.

No había escapatoria.

El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados.

Éste inspiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados pensando, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, escogió y agarró uno de los papeles y llevándolo a su boca, lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados los presentes, le reprocharon airadamente.

- Pero... ¿qué hizo?... ¿y ahora?... ¿cómo vamos a saber el veredicto?

- Es muy sencillo- respondió el acusado- Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos que decía el que yo escogí.


Con rezongos y disgustos mal disimulados, tuvieron que liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo.




Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar la salida ni de luchar hasta el último momento.


En los momentos de crisis:  "Sólo la imaginación es más importante que el conocimiento" (Albert Einstein)



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