Desde muy chica tuve una inclinación especial por la música y ella fue acompañándome en los diferentes tramos de mi camino. Se me hace casi imposible recordar los momentos más significativos de mi vida sin asociarlos con alguna canción, melodía o letra, cantada y compartida.
A los 6 años aprendí mis primeros tres acordes de guitarra: LA, MI, RE… Tres notas simples y básicas, que eran obviamente las que podía armar –y con gran esfuerzo- por la pequeñez de mi mano. Así, prácticamente oculta detrás de la caja de una gigantesca guitarra, comencé a tocar. La “Zamba de mi esperanza”, como a muchos, también a mí me dio la bienvenida al mundo de los pequeños y audaces guitarristas: ¡Fue la primera canción que interpreté! De allí me largué hacia un “selecto” repertorio de nuestra música folclórica que, afortunadamente para los oídos de quienes me escuchaban, poco a poco fue ampliándose a medida que fui creciendo no sólo en espíritu sino sobre todo en tamaño, pues mis manos pudieron ir dibujando acordes más complejos. Mi meta más anhelada era… ¡lograr las famosas cejillas!
Fueron pasando los años y con ellos muchas más canciones como también oportunidades de interpretarlas: reuniones familiares, de amigos, actos escolares, encuentros juveniles, campamentos, celebraciones litúrgicas… En cada oportunidad que se podía, allí estábamos, mi guitarra y yo, animando la ocasión y compartiendo hermosos momentos con gente muy querida. Así, casi sin darme cuenta, la música fue haciéndose mi modo de expresar, de participar, de comunicar lo de adentro; un puente para llegar a los demás.
A los 17 años, cursando ya mi último año de secundario, surgió la oportunidad de misionar en el Chaco (provincia de mi país) junto a otras jóvenes de mi edad, padres y madres de alumnas y, por supuesto, religiosas del Colegio Jesús María, del cual soy egresada y actual docente.
¿Misionar? ¿Qué podría hacer yo? La inquietud rondaba, también los miedos, pero mi corazón tomó la decisión y aceptó la invitación. Recuerdo que, durante nuestro periodo de preparación, tuve un encargo muy especial: componer una canción que sirviera de nexo entre nosotros y la gente del lugar, que fuera un hilo conductor de nuestras charlas y de toda esa misión. ¡Vaya encargo! La tarea era atractiva pero para nada fácil. Aun así, emprendí el desafío.
Partí finalmente hacia el Chaco con mis compañeros de misión, mi infaltable guitarra y mi humilde canción recién compuesta : Creo en ti. No encuentro las palabras que describan mejor lo vivido en aquellos días. Sólo me tomo el permiso de transcribir aquí una partecita del “Diario de nuestra primera Misión”, escrito por una de las mamás que nos acompañó:
“Nuestra paz interior en estos instantes es tan grande, la experiencia vivida, tan fuerte, que ahora nuestras vidas se dividen en dos: antes y después de la Misión. Nuestro grupo funcionó desde un primer momento, unido por una corriente afectiva muy especial… Nuestro lema: “QUE TODOS SEAN UNO”.
Juntos lloramos, cuando la emoción era tan grande que nos desbordaba; juntos reímos repletos de felicidad; juntos rezamos, cuando nuestra unión con Dios era casi perfecta; juntos aprendimos el sentido de la verdadera vida, la que se rige únicamente por la fe, aunque se esté en la carencia total, en donde el contacto único con la naturaleza impide la contaminación de las grandes ciudades. Más que brindar, recibimos; más que enseñar, aprendimos. No nos alcanzará la vida para estar agradecidos al Señor. Fue demasiado hermoso”. (Alicia Fernández)
Y en ese marco único e inolvidable, juntos también… cantamos.
Vivir la música y haberla puesto al servicio de aquella primera misión, no sólo fue un hecho revelador y reconfortante, sino que también significó para mí el inicio de un fecundísimo camino en la actividad pastoral-misionera.
Año a año fui participando, comprometiéndome y acompañando cada misión con nuevas canciones que, inspiradas sin dudas por Dios, Gran Compositor, fueron llegando al corazón de la gente.
Mi paso por la pastoral-misionera se extendió por muchos años (1990-1999). Años que atesoro en mi memoria y en mi corazón.
Continué luego mi servicio musical en la animación litúrgica para niños (1999-2005), creciendo y enriqueciéndome con la frescura, inocencia y espontaneidad de los más chicos.
Actualmente, y desde hace ya varios años, me desempeño como profesora en el nivel medio enseñando Latín, Griego y Lengua Castellana (soy Licenciada en Letras Clásicas…). Amo lo que hago y me siento agradecida de poder conjugar en las aulas mi vocación docente y mi espiritualidad misionera.
Pasaron ya veinte años de mi primera misión y otros “tantos” desde aquellos incipientes acordes LA, MI, RE y hoy concreto finalmente un viejo sueño: publicar uno de mis cuentos (Barrito, un cántaro de amor), tener mi propio blog y ver reunidas en un disco (De cántaros y cantares) todas las canciones que fui componiendo en las diferentes etapas de mi vida. Canciones que me han acompañado y que, por la gracia de Dios, siguen acompañando a muchos en su camino de fe.
¡Gracias a todas las personas que han caminado a mi lado
y han hecho más dulce y llevadero este viaje!