Allí vio en un rincón algunas personas agrupadas que contemplaban un objeto en el suelo, y se acercó para ver qué cosa podía llamarles tanto la atención.
Era un perro muerto, atado al cuello por la cuerda que había servido para arrastrarle por el lodo. Jamás cosa más vil, más repugnante, más impura se había ofrecido a los ojos de los hombres. Y todos los que estaban en el grupo miraban hacia el suelo con desagrado.
--Esto contamina el aire -dijo uno de los presentes.
--Este animal putrefacto estorbará la vía por mucho tiempo -dijo otro.
--Miren su piel -dijo un tercero--: no hay un solo fragmento que pueda aprovecharse para cortar unas sandalias.
--Y sus orejas -exclamó un cuarto- son asquerosas y están llenas de sangre.
--Habrá sido ahorcado por un ladrón -añadió otro.
Jesús los escuchó, y dirigiendo una mirada de compasión al animal, dijo:
--¡Qué hermosos dientes tenía!
Adaptación del cuento “El perro muerto”, de León Tolstoi (1828-1910).
Tomado de Cuentos escogidos, Editorial Porrúa, México
Esa mirada misericordiosa, de amor, me recuerda la mirada del alfarero. Él es capaz de ver la belleza escondida que hay en ese barro que muchos evitan y desprecian. No duda en tomarlo entre sus manos, no le importa "ensuciarse". Acaricia la informe masa de arcilla, la moldea pacientemente hasta lograr líneas verdaderamente armoniosas. Así, el insignificante barro va convirtiéndose poco a poco en una hermosa obra ante la mirada amorosa y compasiva de su creador.
¡Sean este texto y esta sencilla reflexión una invitación para caminar por este mundo intentando descubrir a nuestro paso "los dientes del perro" y mirando el barro de nuestro camino con ojos de alfarero!